lunes, 26 de octubre de 2009

El llanto por Ignacio Sánchez Mejía

CANCIÓN
Anoche estaba la luna, / apoyada en la laguna
esperando ver llegar / al maletilla valiente
que de ella está pendiente / porque quiere torear.
¡Ay, luna, lunita buena! / le está diciendo el chaval,
¡Ay, lunita, no te muevas / que esta noche mi faena
te la quiero yo brindar!
¡Ay, luna, lunita buena! / Tú que em ves torear,
háblale a los granaderos, / háblale de este torero,
con deseos de triunfar.

POEMAS: LA COGIDA Y LA MUERTE - LA SANGRE DERRAMADA.
A las cinco de la tarde./ Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana / a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida / a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte / a las cinco de la tarde.
.
¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga, / que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.
¡Que no quiero verla!
La luna de par en par. / Caballos de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño / con sauces en las barreras.
¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema. / ¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!
¡Que no quiero verla!
.
El viento se llevó los algodones / a las cinco de la tarde
Y el óxido sembró cristal y níquel / a las cinco de la tarde.
Ya luchan la paloma y el leopardo / a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada / a las cinco de la tarde.
.
La vaca del viejo mundo / pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres / derramadas en la arena,
y los toros de Guisando / casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos / hartos de piasr la tierra
No. / ¡que no quiero verla!
.
Comenzaron los sones de bordón / a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo / a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio / a las cinco de la tarde.
¡Y el toro sólo corazón arriba! / a las cinco de la tarde.
Por las gradas sube Ignacio / con toda su sangre a cuestas.
Buscaba el amanecer, / y el amanecer no era.
Buscaba su perfil seguro, / y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo / y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea! / No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza; / ese chorro que ilumina
a los tendidos y se vuelca / sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me asome! / ¡No me digáis que la vea!
.
Cuando el sudor de nieve fue llagando / a las cinco de la tarde.
Cuando la plaza se cubrió de/ a las cinco de la tarde.
Cuando la muerte puso huevos en la herida / a las cinco de la tarde.
a las cinco de la tarde. / A las cinco en punto de la tarde.
.
no se cerraron sus ojos / cuando vió los cuernos cerca,
pero la madres terribles / levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías, / hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes, / mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla / que comparárse le pueda,
ni espada como su espada, / ni corazón tan de veras.
Como un río de leones / su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol / su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza / le doraba la cabeza
donde ru risa era un nardo / de sal y de inteligencia.
.
Un ataud con ruedas es la cama / a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído / a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente / a las cinco de la tarde.
El cuarto se irisaba de agonía / a las cinco de la tarde.
.
¡Qué gran torero en la plaza! / ¡Qué buen serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas! / ¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío! / ¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas / banderillas de tiniebla!
.
A lo lejos ya viene la gangrena / a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por sus verdes ingles / a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles / a las cinco de la tarde.
Y el gentío rompía las ventanas / a las cinco de la tarde.
¡Ay, que terribles cinco de la tarde! / ¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!
.
Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierva
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando;
cantando pos marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una oscura, larga, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh, blanco muro de España!
¿Oh, negro toro de pena!
¡Oh, sangre dura de Ignacio!
¡Oh, ruiseñor de sus venas!
No. ¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
que no hay escarcha de luz que la enfríe,
que no hay canto ni diluvios de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No. ¡¡¡YO NO QUIERO VERLA!!!.

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