lunes, 14 de septiembre de 2009

Yerma





















¡Ay de la casada seca!
¡Ay de la que tiene los pechos de arena!

¡Ay, qué prado de pena!
Ay, qué puerta cerrada a la hermosura!

que pido un hijo que sufrir, y el aire
me ofrece dalias de dormida luna.

Estos dos manantiales que yo tengo
de leche tibia, son en la espesura

de mi carne dos pulsos de caballo
que hacen latir la rama de mi angustia.

¡Ay , qué pechos ciegos bajo mi vestido!
¡Ay, palomas sin ojos ni blancura!

¡Ay, qué dolor de sangre prisionera
me están clavando avispas en la nuca!

Pero tu has de venir, amor, mi niño,
porque el agua da sal, la tierra fruta,

y nuestro vientre guarda tiernos hijos,
como la nube lleva dulce lluvia.


Naturalmente, los animales lamen a sus hijos, ¿verdad?. A mí no me da asco de mi hijo. Yo tengo la idea que las recién paridas están como iluminadas por dentro y los niños se duermen horas y horas sobre ellas, oyendo ese arroyo de leche tibia que le va llenando los pechos para que ellos mamen, para que ellos jueguen hasta que no quieran mas, hasta que retiren la cabeza: "otro poquito más, niño.." y se les llene la cara y el pecho de gotas blancas. Yo no entiendo el mundo. A veces, cuando estoy segura de que jamás, jamás... me sube como una oleada de fuego por los piés y se me quedan vacías todas las cosas y los hombres que andan por la calle y los toros y las piedras me parecen como cosas de algodón. y me pregunto. ¿para qué estarán ahí puestos? Yo no pienso en el mañana, pienso en el hoy. Yo pienso que tengo sed y no tengo libertad.Y quiero tener a mi hijo en los brazos para poder dormir tranquila. Aunque ya supiera que mi hijo me iba a martirizar después y me iba a odiar y me iba a llevar de los cabellos por las calles, recibiría con gozo su nacimiento, porque es mucho mejor llorar por un hombre vivo que nos apuñala que llorar por este fantasma sentado año tras año encima de mi corazón. Y mi marido... mi marido es bueno ¡Es bueno! ¡Es bueno! ¿Y qué? Ojalá fuera malo. Pero no. El va con sus ovejas por el camino y cuenta el dinero por la noches. Cuando me cubre cumple con su deber, pero yo le noto la cintura fría como si tuviera el cuerpo muerto y yo, que siempre he tenido asco de las mujeres calientes, quisiera ser en aquel instante como una montaña de fuego. No soy una casada indecente, pero yo sé que los hijos nacen del hombre y de la mujer. ¡Ay!, si los pudiera tener sola! El no ansía hijos y como no los ansía no me los da. No lo quiero y, sin embargo, es mi única salvación...
¡Cállate, Juan! No te dejo hablar ni una sola palabra. Ni una mas. Te figuras tu y tu gente que son los únicos que guardan honra, y no sabes que mi casta no ha tenido nada que ocultar. Anda. Acércate a mi y huele mis vestidos; ¡acércate! A ver dónde encuentras un olor que no sea tuyo, que no sea de tu cuerpo. Me pones desnuda en mitad de la plaza y me escupes. Haz conmigo lo que quieras, que soy tu mujer, pero guárdate de poner nombre de varón sobre mis pechos.
Yo no se por qué empiezan los malos aires que revuelcan el trigo; ¡y mira tú si el trigo es bueno! Te busco a ti. Te busco a ti. Es a ti a quien busco día y noche sin encontrar sombra donde respirar. Es tu sangre y tu amparo lo que deseo. Mira que me quedo sola. Como si la luna se buscara ella misma en el cielo. ¡Mírame! Cuando salía por mis claveles me tropecé con el muro. ¡Ay! ¡Ay! Es en ese muro donde tengo que estrechar mi cabeza. ¡Maldito sea mi padre que me dejó su sangre de padre de cien hijos! ¡Maldita sea mi sangre que los busca golpeando por las paredes! Déjenme libre siquiera la voz, ahora que estoy entrando en lo más oscuro del pozo. Una cosa es querer con la cabeza y otra es que el cuerpo, ¡maldito sea el cuerpo!, no nos responda. Está escrito y no me voy a poner a luchar a brazo partido con los mares. Pero es una maldición. Un charco de veneno sobre las espigas. ¡Marchita, si ya lo sé! ¡Marchita! Y entonces, ¿qué buscas? Me buscas a mí. Me buscas como cuando te quieres comer una paloma. Marchita. Marchita, pero segura. Ahora sí que lo sé de cierto. Y sola. Voy a descansar sin despertarme sobresaltada, para ver si la sangre me anuncia otra sangre nueva. Con el cuerpo seco para siempre.

¿Qué quieren saber? No se acerquen, porque he matado a mi hijo. ¡Yo misma he matado a mi hijo!.

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