lunes, 28 de septiembre de 2009

Bodas de sangre


















































MADRE

¡A callar! ¡A callar, he dicho! ¿No hay nadie aquí? Debía contestarme mi hijo. Pero mi hijo es ya un brazado de flores secas. Mi hijo es ya una voz oscura detrás de los montes. No quiero llantos en nuestra casa. Sus lágrimas son lágrimas de los ojos nada más, y las mias vendrán cuando yo esté sola, de las plantas de los piés, de mis raices, y serán más ardientes que la sangre. Aquí quiero estar. Y tranquila. Ya todos están muertos. A medianoche dormiré sin que me aterren las escopetas o el cuchillo. Otras madres se asomarán a las ventanas, azotadas por la lluvia, para ver el rostro de sus hijos. Yo no. Yo haré con mi sueño una fría paloma de marfil que lleve camelias de escarcha sobre el camposanto. Pero no, camposanto no, lecho de tierra, cama que los cobija y que los mece por el cielo. Hemos de pasar días terribles. No quiero ver a nadie. La tierra y yo. Mi llanto y yo. Y estas cuatro paredes. ¡Ay! Ay! He de estar serena. Porque vendrán las vecinas y no quiero que me vean tan pobre. ¡Tan pobre! Una mujer que no tiene un hijo siquiera que poderse llevar a los labios... ¿La ven? Está allí y está llorando y yo quieta, sin arrancarle los ojos. No me entiendo.¿Será que yo no quería a mi hijo? Pero ¡y su honra! ¿Dónde está su honra? Ella no tiene la culpa, ¡ni yo! ¿Quién la tiene, pues?
¡Floja, delicada, mujer de mal dormir es quien tira una corona de azahar para buscar un pedazo de cama calentado por otra mujer!
NOVIA
¡Porque me fui con el otro, me fui! Tú también te hubieras ido. Yo era una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera, y tu hijo era un poquito de agua de la que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que acercaba a mi el rumor de los juncos y su cantar entredientes. Y yo corría con tu hijo que era como un niñito de agua fría y el otro me mandaba cientos de pájaros que me impedian el andar y que dejaban escarcha sobre mis heridas de pobre mujer marchita, de muchacha acariciada por el fuego. Yo no quería, ¡óyelo bien!, yo no quería. ¡Tu hijo era mi fin y yo no le he engañado, pero el brazo del otro me arrastró como un golpe de mar, como la cabezada de un mulo, y me hubiera arrastrado siempre, siempre, aunque hubiera sido vieja y todos los hijos de tu hijo me hubiesen agarrado de los cabellos.! Véngate de mí; ¡aquí estoy! mira que mi cuello es blando; te costará menos trabajo que segar una dalia de tu huerto. Pero honrada, honrada como una niña recién nacida. Y fuerte para demostrártelo. Enciende la lumbre. vamos a meter las manos: tú, por tu hijo; yo, por mi cuerpo. Las retirarás antes tú. Déjame llorar contigo... (POEMA DEL CUCHILLO)
MADRE
Llora. Pero en la puerta.
Benditos sean los trigos, porque mis hijos estan debajo de ellos. bendita sea la lluvia, porque moja la cara de los muertos. Bendito sea Dios, que nos tiende juntos para descansar:
Girasol de tu madre,/ espejo de la tierra.
Que te pongan al pecho/ cruz de amargas adelfas;
sábana que te cubra/ de reluciente seda,
y el agua forme un llanto/ entre tus manos quietas.
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

Monólogos de La Madre y de La Novia

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